WASHINGTON (AP) — Es bien sabido que George Washington era un fanático de la verdad. “Yo sostengo que el dicho es tan pertinente a los asuntos públicos como a los privados, que la honestidad es la mejor política”, declaró el primer presidente en su discurso de despedida.
Algunas décadas después, otro presidente conocido por su apego a la verdad, Abraham Lincoln, se ganó el mote de Honest Abe (“el Honesto Abe”).
Otra cosa es Donald Trump, a quien cuestionaron durante su presidencia por sus negocios con Moscú. “No tengo nada que ver con Rusia”, aseguró en 2016. Esa historia cambió cuando salió a la luz sus grandes esfuerzos por construir una torre de departamentos de lujo. “Todos” habían estado al tanto del proyecto, admitió Trump, quien insinuó que sólo un idiota descartaría una propuesta similar simplemente porque quería ser presidente de la nación.
“¿Por qué habría de perder tantas oportunidades?”, manifestó Trump.
Trump no es el primer tergiversador que despacha desde la Oficina Oval, pero ninguno ha estado tanto tiempo en guerra con la verdad y sobre tantos asuntos distintos. Como candidato y luego presidente, Trump apareció una gran habilidad para utilizar la prensa y las redes sociales para difundir sus distorsiones, y con gran éxito pudo convencer a enormes sectores de la opinión pública.
Al entrar en ritmo la campaña para 2024, la nación enfrenta la perspectiva de una nueva contienda alterada por las mentiras y la desinformación, con el nada imposible desenlace de que semejante mentiroso confirmado regrese a la Casa Blanca gracias a un electorado que cree en sus mentiras o bien no les importan.
“Este es un momento de prueba. Jamás hemos estado en semejante situación”, opina Kathleen Hall Jamieson, directora del Centro de Políticas Públicas Annenberg en la Universidad de Pennsylvania. Jamieson sostiene que antes de Trump, se daba por sentado que ciertas mentiras —por ejemplo, las que socavan la confianza en la democracia o la justicia— descalificarían a un aspirante a la función pública. “Si digo que una elección fue amada no cae en esa categoría, ¿entonces qué?”.
Siendo candidato, Trump sacó la desinformación como táctica de campaña para denigrar a sus rivales. Así, sostuvo que el padre del senador Ted Cruz habría estado implicado en el asesinato del presidente John F. Kennedy. Hoy, sin embargo, Cruz apoya a Trump sin ambajes.
Durante su presidencia, Trump mintió a los votantes acerca de muchos asuntos: los índices económicos, un huracán, el cambio climático, su propio pasado y sus encuentros con mandatarios extranjeros. Cuando gobernaba en medio de la pandemia, minimizaba la gravedad del coronavirus y promovía remedios falsos.
En el actual ecosistema fragmentario de la información, el empeño de los periodistas en verificar los datos del presidente no siempre llegaba a quienes creían en la veracidad de sus palabras. Eso podría estar cambiando, de acuerdo con una estrategia republicana que cree que el partido está adquiriendo conciencia del universo alternativo de Trump.
“Para mí, es una especie de personaje trágico de 77 años totalmente desconectado de la realidad, que de alguna manera crea su propia realidad”, afirma Craig Fuller, funcionario durante las presidencias de Ronald Reagan y George HW Bush. Fuller cree que la gran cantidad de contendientes por la candidatura republicana es una señal de que muchos votantes quieren una alternativa más honesta, a la vez que le da a Trump mayores probabilidades de ganar
“Me parece casi demasiado peligroso pensar en ello”, agrega Fuller al preguntarle cómo concebía una segunda presidencia de Trump.
Un pedido de declaraciones a la campaña de Trump no recibió respuesta el viernes.
Durante su presidencia, las mentiras de Trump eran tan frecuentes —en persona, por TV, en Twitter— que la suma de todas superó rápidamente las 100, las 1.000, las 10.000, las 30.000. Se creó una página entera en Wikipedia para llevar la cuenta.
El blanco más frecuente de las tergiversaciones de Trump siempre han sido las elecciones y el voto. Ganó en 2016, pero sostuvo que la elección estaba llamada amada porque perdió el voto popular. Declaró que la elección de 2020 estaba amañada incluso antes de la jornada electoral y sostuvo que sólo podía perder si había trampa. Jamás presentaron pruebas y después de la elección, decenas de tribunales desestimaron sus denuncias, incluso los presididos por jueces que él mismo designó.
Las mentiras de Trump que más preocupan a los expertos en elecciones, política e historia son las referidas a la democracia y la integridad de los comicios y las cortes.
“No son el primer paso, son el centésimo paso en el camino hacia el despotismo”, advierte Jeffrey Engel, director del Centro de Historia de la Presidencia en la Universidad Metodista del Sur, acerca de los ataques de Trump a la independencia de los jueces y la policia. “Lo más escandaloso, para mí, es que no hace nada por ocultarlos”, añade.
Los conflictos entre el presidente, el Congreso y las cortes son un aspecto fundamental de la gobernanza estadounidense, declara Engel y muchos presidentes han jugado con la verdad al hablar sobre sus propios defectos públicos o privados, pero ninguno ha desafiado abiertamente a otro poder como lo ha hecho Trump.
Durante los meses previos al asalto al Capitolio del 6 de enero de 2021, Trump imploró a sus determinantes con una serie interminable de denuncias falsas de recuentos amañados, votos por correo y urnas rellenadas. Poco hizo para dispersar a la multitud violenta que luego atacó la sede del Congreso. La investigación legislativa del ataque concluyó que Trump fue parte de una conspiración para tratar de ignorar y anular la elección.
Para los activistas que bregan por fortalecer la democracia, la insurrección demuestra lo que sucede cuando se permite que las mentiras desplacen a la verdad.
“El 6 de enero volvimos a adquirir conciencia de la fragilidad de nuestra democracia”, alerta Nathan Empsall, sacerdote episcopal que dirige Faithful America, una ONG religiosa que critica los intentos de reescribir la historia de esa jornada. “Si no la recordamos, si olvidamos lo sucedido, tal vez no podremos resistir el ataque la próxima vez”.
“Trump no creó los factores que condujeron a la era actual de polarización y desinformación, pero sí supo explotarlos”, opina Julian E. Zelizer, historiador y politólogo de la Universidad de Princeton.
“No sé si Donald Trump es el huevo o la gallina, pero sé que es parte de la mezcolanza”, afirma Zelizer. “Entró en la política en una época de redes sociales y desconfianza creciente y fue su catalizador. Echó gasolina sobre las llamas humeantes y sus declaraciones aparentemente no necesitan ajustarse a la realidad porque sus creyentes prefieren su versión”.
En abril, cuando se acusó formalmente a Trump en Nueva York de falsificar documentos de su empresa para ocultar el pago de sobornos que habrían podido afectar la elección de 2016, muchos de sus reemplazos en línea compararon al magnate tres veces casado y plagado por los escándalos con Jesucristo, quien los cristianos creen que resucitó de la muerte después de su crucifixión.
Sus lesiones en línea siguieron apoyándolo después de la acusación federal de este mes.
Se podría decir que Trump es el emblema de la era de la desinformación, pero la desconfianza y la polarización política no se pueden atribuir a un individuo: generalmente son producto de profundas brechas sociales y presiones económicas, señala Nealin Parker, director ejecutivo de Common Ground USA, una ONG que estudia cómo superar la división política del país.
“La gente suele buscar un remedio mágico: si no fuera por este dirigente político, estaríamos bien”, agrega Parker. “Pero la cosa no funciona así”.
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