París, 22 may (EFE).- El francés Robert Marchand, considerado el ciclista más veterano del mundo tras haber establecido varios récords como centenario, murió en la noche del viernes al sábado a los 109 años, en la ciudad de Mitry-Mory de la región de París.
La alcaldesa de Mitry-Mory, Charlotte Blandiot-Faride, lamentó esta mañana en declaraciones a Le Parisien la desaparición de un hombre del que dijo que «era la imagen de nuestra ciudad», a la que había legado diferentes objetos, incluida una bicicleta, que se presentan en una exposición permanente en un gimnasio.
Marchand se había retirado del ciclismo en enero de 2018 con 106 años aconsejado por los médicos, que temían por su salud ya que su tensión a veces se le disparaba cuando seguía subiéndose a la bicicleta.
Antes de eso, había establecido sucesivamente los récords de la hora para mayores de 100 y 105 años, categorías creadas expresamente para él.
En enero de 2017, consiguió una marca de 22,547 kilómetros recorridos en 60 minutos en el velódromo de Saint Quentin en Yvelines, un evento retransmitido en directo por varias televisiones.
A Marchand se le conocía por su buen humor y por su modestia pese a la admiración que despertaba. Decía que con sus récords no quería que se lo considerara un campeón, sino simplemente demostrar que con más de 100 años se puede seguir haciendo cosas. Animaba a los mayores a que continuaran activos con la actividad que fuera, montando en bicicleta o caminando.
Había nacido en Amiens el 26 de noviembre de 1911 y decía acordarse cómo, cuando era un niño pequeño durante la Primera Guerra Mundial, las tropas alemanas habían ocupado su ciudad natal en el verano de 1914 y cómo cuatro años después, el 11 de noviembre de 1918, las campanas de las iglesias anunciaron el armisticio que significó la victoria francesa.
De joven fue gimnasta de alto nivel y bombero en el París de los años 1930. Militante comunista, y activo en la Resistencia a los nazis durante la Segunda Guerra Mundial, se fue de Francia y se instaló en Venezuela, donde trabajó en la caña de azúcar durante ocho años.
Luego también estuvo en Canadá como leñador antes de volver a Francia, donde desempeñó diversos oficios, como hortelano, vendedor de zapatos o negociante de vinos.
Ya jubilado, redescubrió el gusto por la bicicleta. Había abandonado ese deporte acomplejado porque le habían dicho que tan bajo como era (medía 1,58 metros) nunca llegaría lejos.
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