Por Frank Valenzuela
Presidente CEBAMDER

La tempestad que regresa
Estados Unidos y China han encendido de nuevo la chispa de la confrontación comercial, arrastrando consigo a mercados globales, gobiernos y consumidores. En una reedición más feroz que la escalada de 2018, la Casa Blanca, bajo la dirección del presidente Donald Trump en su segundo mandato, ha desatado una ofensiva arancelaria sin precedentes: un 10% generalizado a todas las importaciones, y un asfixiante 145% a los productos de origen chino. La respuesta de Pekín fue tan rápida como contundente: aranceles de hasta un 125% a bienes estadounidenses. En menos de una semana, el sistema de comercio global ha vuelto a tambalearse.
La guerra comercial del siglo XXI ha vuelto. Y lo ha hecho con más pólvora, más cálculo y menos margen de negociación.

El círculo duro de Trump: ideología, estrategia y campaña
Detrás de la nueva cruzada proteccionista se encuentra una vieja guardia de ideólogos que han recuperado su influencia en Washington. El economista Peter Navarro, el negociador Robert Lighthizer y el secretario del Tesoro Stephen Moore son los pilares de la visión que defiende el retorno del poder económico manufacturero a suelo estadounidense. Su diagnóstico: Estados Unidos ha sido explotado durante décadas por prácticas desleales del comercio chino.
Trump, a meses de una nueva contienda electoral, apuesta por el nacionalismo económico como bandera de campaña. Las tarifas son más que un instrumento económico: son una declaración de principios, una estrategia de choque y un guiño a su base más fiel. Pero esta vez, el campo de batalla no es solo económico. Es también ideológico y geopolítico.
Los primeros efectos: inflación, mercados convulsos y caída del comercio
Las consecuencias no se han hecho esperar. La primera semana de abril ha estado marcada por una ola de volatilidad bursátil: Wall Street cerró con una pérdida promedio del 6%, mientras que el yuan chino sufrió su mayor depreciación desde la crisis del COVID-19.
En los hogares estadounidenses, los efectos ya se perciben. La subida de precios en productos importados —desde componentes electrónicos hasta medicamentos esenciales— amenaza con llevar la inflación por encima del 5%. La presión sobre la Reserva Federal se intensifica, mientras la clase media comienza a resentir el costo de esta guerra.
A nivel bilateral, el golpe ha sido profundo: el comercio entre ambas potencias cayó un 17% en cuestión de semanas, según cifras preliminares del FMI. Los puentes entre las dos mayores economías del mundo se están dinamitando, uno a uno.

Dos potencias frente a frente: una radiografía estratégica
Estados Unidos y China llegan a esta confrontación con fortalezas y debilidades que definen no solo su resistencia, sino también la forma en que podrían ganar o perder esta guerra.
Estados Unidos mantiene ventajas estructurales innegables: el dominio del dólar como moneda global, un aparato tecnológico de vanguardia en áreas como la inteligencia artificial y la biotecnología, y un consumo interno robusto. Pero también enfrenta serios desafíos: una elevada inflación, una dependencia crítica de productos chinos y un entorno político interno cada vez más polarizado.
China, por su parte, conserva la ventaja manufacturera global. Posee un superávit comercial estable, reservas internacionales que superan los 3.1 billones de dólares, y una red de alianzas geoeconómicas tejida con paciencia en África, Asia y América Latina. No obstante, arrastra problemas de fondo: una crisis inmobiliaria crónica, una desaceleración de la demanda interna y una dependencia aún significativa de tecnología occidental.
El pulso en cifras: el termómetro de la guerra
Las estadísticas comparadas de 2025 muestran un contraste revelador:
Inflación: EE.UU. 4.6% | China 2.8%
Crecimiento del PIB: EE.UU. 1.9% | China 4.3%
Deuda Pública (% del PIB): EE.UU. >120% | China ~76%
Reservas Internacionales: EE.UU. $220 mil millones | China $3.1 billones
Balanza Comercial: EE.UU. con déficit | China con superávit
A la luz de estos datos, China parece disponer de mayor capacidad de resistencia, al menos en el corto y mediano plazo.

Tres caminos posibles: el futuro de una guerra sin tregua
El conflicto comercial entre Washington y Pekín puede evolucionar en distintas direcciones:
Estancamiento Prolongado: La guerra se prolonga sin resolución. El proteccionismo se consolida y las cadenas de valor globales se fragmentan.
Tregua Comercial: Las negociaciones conducen a una reducción parcial de aranceles, aunque el clima de desconfianza persiste. La recuperación es lenta.
| Nuevas sanciones y represalias hunden el comercio global, provocando una recesión mundial con consecuencias profundas en sectores clave como tecnología y alimentación.
En esta guerra comercial, no hay victorias limpias. Pero si hay un país que parece mejor preparado para una confrontación prolongada, es China. Su control estatal sobre los precios, sus reservas internacionales y su red de alianzas le otorgan una resiliencia que Estados Unidos, con su economía más expuesta al consumo y a la política, podría no sostener indefinidamente.
Aun así, Estados Unidos conserva un poder simbólico y real que no debe subestimarse: su hegemonía tecnológica, financiera y su capacidad de liderazgo global siguen siendo activos de primer orden. La incógnita es si sabrá usarlos con la diplomacia que exige un mundo multipolar y profundamente interdependiente.
América Latina y República Dominicana: entre el daño colateral y la oportunidad
La guerra comercial no es un enfrentamiento aislado. América Latina ya está sintiendo sus efectos:
El comercio global ha caído un 2.1% según la OMC.
Se ha registrado un aumento de precios en bienes esenciales como fertilizantes y maquinaria.
Las exportaciones hacia Estados Unidos, en especial desde zonas francas, comienzan a ralentizarse.
Pero en medio del torbellino, emergen oportunidades. Países como la República Dominicana podrían posicionarse como destinos atractivos para empresas que buscan relocalizar su producción fuera de China. La clave, sin embargo, será tener políticas de industrialización sólidas, infraestructuras logísticas eficientes y marcos normativos que inspiren confianza.