Por Frank Valenzuela

Bautizado en la Iglesia Adventista del Séptimo Día de Manzanillo

El dominio propio es un concepto fundamental en la doctrina evangélica que busca guiar a los creyentes evangélicos a asumir una vida cristiana al servicio de Dios. Este principio se basa en la idea de que, como seguidores de Cristo Jesús, debemos ejercer control y disciplina sobre nuestras acciones, pensamientos y emociones. En ese sentido, el dominio propio es una cualidad esencial en la vida cristiana. La Biblia nos enseña en Proverbios 25:28: «Como ciudad derribada y sin muros es el hombre cuyo espíritu no tiene rienda».

 Aquí se resalta la importancia de tener control sobre nuestras emociones y acciones. El profeta Isaías también habla sobre el dominio propio en Isaías 26:3: «Tú guardarás en completa paz a aquel cuyo pensamiento en ti persevera; porque en ti ha confiado». Esta confianza en Dios nos capacita para mantener el dominio propio y no ceder ante los planes de Satanás.

Igualmente, el apóstol Pablo nos exhorta en su carta a los Gálatas, en el capítulo 5, versículo 22-23, diciendo: «Pero el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza; contra tales cosas no hay ley». Aquí vemos claramente que el dominio propio, o templanza, es uno de los frutos que el Espíritu Santo produce en nosotros cuando permitimos que Él guíe nuestras vidas.

Sin embargo, debemos ser conscientes de que Satanás, nuestro adversario, busca constantemente atacarnos y debilitarnos en nuestra vida cristiana. El apóstol Pedro nos advierte en su primera carta, capítulo 5, versículo 8, diciendo: «Sed sobrios, y velad; porque vuestro adversario el diablo, como león rugiente, anda alrededor buscando a quien devorar». Satanás sabe que si puede hacernos perder el dominio propio, nos volveremos vulnerables a sus ataques y perderemos nuestra capacidad de vivir en el hogar con felicidad al servicio de Cristo Jesús.

Es crucial entender que el dominio propio no se trata solo de controlar nuestros impulsos o deseos, sino también de someter nuestras vidas completamente a la voluntad de Dios. El apóstol Pablo nos insta en su carta a los Romanos, capítulo 12, versículo 1, diciendo: «Os ruego pues, hermanos, por la misericordia de Dios, que presentéis vuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, que es vuestro culto racional». Este sacrificio implica renunciar a nuestros propios deseos y buscar en todo momento la voluntad de Dios.

Para luchar contra los ataques de Satanás y mantener el dominio propio, es vital aferrarnos a la Palabra de Dios. El salmista nos recuerda en el Salmo 119, versículo 11: «En mi corazón he guardado tus dichos, para no pecar contra ti». Meditar y memorizar la Palabra de Dios nos ayuda a renovar nuestra mente y fortalecer nuestra resistencia ante las tentaciones de Satanás.

Además, el apóstol Pablo nos aconseja en su carta a los Efesios, capítulo 6, versículo 11, que nos revistamos con la armadura de Dios para resistir los ataques del enemigo. En particular, menciona el cinturón de la verdad, el escudo de la fe y la espada del Espíritu, que es la Palabra de Dios. Estos elementos nos brindan protección y nos capacitan para mantener el dominio propio en medio de las adversidades espirituales.

El profeta Jeremías nos revela en Jeremías 17:9: «Engañoso es el corazón más que todas las cosas, y perverso; ¿quién lo conocerá?». Esta cita nos recuerda que nuestros propios corazones pueden ser engañosos y propensos al pecado. Por eso, el dominio propio es crucial para resistir las tentaciones y los planes engañosos de Satanás.

Pero muy bien el  apóstol Pablo nos anima en su carta a los Corintios, en 1 Corintios 9:27, diciendo: «Sino que golpeo mi cuerpo, y lo pongo en servidumbre, no sea que habiendo sido heraldo para otros, yo mismo venga a ser eliminado». Aquí vemos el énfasis de Pablo en disciplinar su cuerpo y someterlo a la voluntad de Dios. El dominio propio implica negarnos a nosotros mismos y renunciar a nuestros propios deseos para vivir una vida que honre a Dios.

Igualmente, el apóstol Juan nos recuerda en su primera carta, capítulo 2, versículo 16: «Porque todo lo que hay en el mundo, los deseos de la carne, los deseos de los ojos, y la vanagloria de la vida, no proviene del Padre, sino del mundo». Estos deseos terrenales y vanidades son usados por Satanás para alejarnos de Dios y debilitar nuestro dominio propio. Sin embargo, al aferrarnos a la verdad de la Palabra de Dios y buscar su voluntad, podemos resistir los engaños y tentaciones de Satanás.

Recordemos las palabras del apóstol Pablo en 2 Timoteo 1:7: «Porque no nos ha dado Dios espíritu de cobardía, sino de poder, de amor y de dominio propio». Que busquemos continuamente el crecimiento en el dominio propio y permitamos que el Espíritu Santo nos guíe en cada aspecto de nuestras vidas.

El dominio propio es un principio clave en la vida cristiana evangélica que nos llama a ejercer control y disciplina sobre nuestras acciones, pensamientos y emociones. Es un fruto del Espíritu Santo en nuestras vidas y nos capacita para vivir una vida plena y agradable a Dios. Sin embargo, debemos estar alerta a los ataques de Satanás, quien busca constantemente debilitarnos y hacernos perder el dominio propio.

Para luchar contra estos ataques, es fundamental aferrarnos a la Palabra de Dios y renovar nuestra mente en ella. La Biblia nos proporciona instrucciones y promesas que nos fortalecen en nuestra batalla espiritual. El apóstol Pablo nos exhorta en su carta a los Filipenses, capítulo 4, versículo 8, a pensar en todo lo que es verdadero, honorable, justo, puro, amable y de buena reputación. Al enfocar nuestra mente en estas cosas, podemos resistir las mentiras y tentaciones de Satanás.

Además, la oración desempeña un papel crucial en mantener el dominio propio. El apóstol Pablo nos insta en su carta a los Tesalonicenses, capítulo 5, versículo 17, a orar sin cesar. La oración nos conecta con Dios y nos fortalece espiritualmente, permitiéndonos resistir los ataques del enemigo.

Es importante también rodearnos de una comunidad de creyentes comprometidos con una vida cristiana auténtica. El apóstol Santiago nos anima en su carta, capítulo 5, versículo 16, a confesar nuestros pecados unos a otros y orar los unos por los otros, para que podamos ser sanados. Al compartir nuestras luchas y recibir apoyo y ánimo de otros creyentes, podemos mantenernos firmes en el dominio propio y superar los ataques de Satanás.

En resumen, el dominio propio es esencial en la vida cristiana evangélica. A través del poder del Espíritu Santo y la renovación de nuestra mente en la Palabra de Dios, podemos resistir los ataques de Satanás y mantenernos firmes en nuestra fe. El dominio propio nos capacita para vivir una vida que glorifica a Dios y refleja la transformación interior que hemos experimentado en Cristo.

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