Es una obviedad que el orbe está en un estado abismal debido a que hay demasiados desafíos en un planeta que está en su punto de quiebre, como lo analiza Noam Chomsky en entrevista exclusiva con Truthout. Lo que es menos reconocible es que otro mundo es posible, simplemente porque el que tenemos no es sostenible, señala uno de los más grandes intelectuales públicos internacionales.

Chomsky es profesor emérito de los departamentos de lingüística y filosofía del MIT, así como profesor galardonado de lingüística y presidente en el programa Agnese Nels Haury de Justicia Ambiental y Social en la Universidad de Arizona. Es uno de los académicos más citados a nivel mundial y un intelectual al que millones consideran un tesoro nacional e internacional. Chomsky ha publicado más de 150 libros sobre lingüística, pensamiento político y social, economía política, estudios de medios, política internacional estadunidense y asuntos internacionales. Sus más recientes obras son Autoridad ilegítima: Enfrentando los desafíos de nuestro tiempo (próximamente con C. J. Polychroniou), La retirada: Irak, Libia, Afganistán y la fragilidad del poder de EU (con Vijay Prashad, The New Press, 2022) y El precipicio: Neoliberalismo, la pandemia y la urgente necesidad por el cambio social (con C. J. Polychroniou, Haymarket Books, 2021).

–Al entrar al nuevo año quiero comenzar esta entrevista pidiéndote que resaltes los más grandes desafíos que enfrenta hoy nuestro mundo y que nos expliques si estás de acuerdo en que el progreso humano, si bien en ciertos aspectos es real y sustancial, no es parejo… y tampoco inevitable.

–La forma más fácil de responder es con el Reloj del Apocalipsis (un reloj simbólico establecido en 1947 por la junta directiva del Boletín de Científicos Atómicos de la Universidad de Chicago que usa la analogía de la especie humana, en el que la medianoche representa la destrucción de la humanidad). Ahora estamos a 100 segundos de la medianoche y seguramente tendremos aún menos tiempo cuando se reajuste dentro de algunas semanas, lo que de seguro sucederá si consideramos todo lo ocurrido el año pasado. Los desafíos de enero pasado siguen a la cabeza de la lista: guerra nuclear, calentamiento global y destrucción ambiental, así como el colapso de los foros para el discurso racional, que son la única esperanza para señalar los desafíos existenciales. Hay otros, pero analicemos estos.

Washington acaba de acceder a proveer a Ucrania con misiles Patriot: si éstos funcionarán o no es discutible, pero Rusia asume el análisis del peor escenario posible y los considera un objetivo, por lo que son blanco de un eventual ataque ruso, lo que es un paso más hacia una escalada.

Ese no es el único escenario ominoso en Ucrania, pero las amenazas de que se avanzará hacia una guerra impensable no sólo están ahí, sino que son un peligro que alcanza a la costa de China, particularmente porque Biden ha declarado virtualmente la guerra contra Pekín, mientras el Congreso está enardecido y al borde de destruir la “ambigüedad estratégica” que ha mantenido la paz con respecto a Taiwán los últimos 50 años.

Aún sin proceder, la amenaza de una guerra terminal se ha incrementado, lo mismo que las tontas e ignorantes aseveraciones de que esto no debe preocuparnos.

Ahora hablemos del medio ambiente. En cuanto al calentamiento global, las noticias van de lo atroz a lo horrendo, pero hay algunos destellos de luz. La Conferencia para la biodiversidad es un paso mayor hacia limitar la destrucción letal del ambiente. El apoyo es casi universal, aunque no total. Un Estado se negó a firmar: ese que tiene valores atípicos, el Estado más poderoso en la historia del mundo. El Partido Republicano, fiel a sus principios, se rehúsa a apoyar cualquier cosa que pueda interferir con su poderío privado y sus ganancias. Por razones similares, Estados Unidos (junto con Andorra) se niega a firmar los Protocolos de Kioto sobre el calentamiento global, lo que motivó un desastroso fracaso en cuanto a tomar acción, lo que ha reducido la perspectiva de escapar de la catástrofe.

No quiero sugerir que el resto del mundo es pura santidad; está muy lejos de serlo. Sin embargo, la hegemonía global realmente resalta.

Vayamos al tercer factor que acelera el Reloj del Apocalipsis hacia la medianoche: el colapso de los foros para el discurso racional. La mayor parte de la discusión de este perturbador fenómeno se enfoca en los exabruptos de las redes sociales, las locas teorías de conspiración, QAnon, las “elecciones robadas” y otros hechos peligrosos que en gran parte se pueden rastrear hasta la destrucción del orden social bajo los martillazos de una guerra de clases que ha ocurrido en los últimos 40 años. Pero al menos tenemos un sobrio y razonado dominio de la opinión intelectual liberal que ofrece alguna esperanza al discurso racional.

¿Pero realmente lo tenemos?

Lo que vemos en este dominio a menudo desafía nuestras creencias y es objeto de ridículo fuera de los disciplinados círculos occidentales. Por ejemplo, los reportes de los temas internacionales desde el establishment nos informan sobriamente que derrotar a Rusia “reforzará el principio de que atacar a otro país no quedará impune”.

El reporte se refiere al principio que se ha enarbolado incluso cuando somos nosotros los agentes de la agresión, una noción que emerge sólo entre quienes cometen el crimen imperdonable de aplicarnos los principios que nosotros valientemente exigimos a los demás. Es difícil imaginar que esta noción nunca haya surgido en la cultura dominante. Parece que no es fácil de encontrar.

Ataque a Nord Stream

Lo que a veces ocurre es tan estrambótico que uno tiene el derecho de preguntarse qué hay detrás, cuando es evidente que quienes escriben esas noticias no saben lo que están diciendo. Por ejemplo, ¿cómo puede uno reaccionar a un artículo titulado “No existe evidencia concluyente de que Rusia esté detrás del ataque a Nord Stream”, que explica que “los líderes mundiales se apresuraron a culpar a Moscú de las explosiones a lo largo del gasoducto submarino, pero muchos funcionarios occidentales dudan que el Kremlin sea el responsable”, afirmando que los rusos “lo hicieron” para “estrangular el suministro de energía para millones de personas en todo el continente”?

Es bastante cierto que Occidente se apresuró a culpar a Rusia, pero eso es tan novedoso como el hecho de que cuando cualquier cosa sale mal, los apparatchiks rusos se apresuran a culpar a Estados Unidos. De hecho, la mayor parte del mundo reconoció de inmediato que los rusos eran el sospechoso menos probable. No ganan nada con destruir un valioso recurso que les pertenece. La compañía estatal Gazprom es la principal propietaria y promotora de los gasoductos, y Rusia cuenta con ellos para obtener ganancias e influencia. Si quisieran “estrangular el suministro de energía”, lo único que tienen que hacer es cerrar algunas válvulas.

Las partes cuerdas del mundo también reconocieron de inmediato que el culpable más probable es quien tiene el motivo y la capacidad. Los motivos de Estados Unidos no están a discusión, los han proclamado abiertamente durante años. El presidente Biden explícitamente informó a sus contrapartes de Alemania, de manera muy pública, que si Rusia invadía Ucrania el gasoducto sería destruido. Tampoco está a discusión la capacidad de Estados Unidos, incluso sin considerar las importantes maniobras navales estadunidenses que tuvieron lugar en la zona del sabotaje poco antes de que éste ocurriera.

No obstante, llegar a la conclusión evidente es tan absurdo como suponer que el noble principio de que “atacar a otra nación no puede quedar impune” pueda aplicarse a Estados Unidos cuando ataca a Irak o a cualquier otro país. Es indescriptible.

El elemento cómico del encabezado: “No hay evidencia concluyente de que Rusia esté detrás del ataque a Nord Stream”, es la traducción orwelliana que apunta a la abrumadora evidencia de que Rusia no fue quien ejecutó el ataque, sino Estados Unidos.

La respuesta más plausible es la técnica “al ladrón, al ladrón” un recurso de propaganda muy familiar: cuando te atrapan con la mano en el bolsillo de alguien, nunca lo niegues, pues es muy fácil refutarte. Mejor apunta a alguien más y grita: “Al ladrón, al ladrón”, para así aceptar que existe un robo, al tiempo que se dirige la atención de todos hacia un perpetrador imaginario. Funciona muy bien. La industria del combustible fósil lo ha practicado con eficiencia durante años, como lo hemos discutido.

La técnica del “al ladrón, al ladrón” funciona aún mejor cuando se le embellece con las técnicas acostumbradas que hacen que la propaganda estadunidense sea mucho más efectiva que la burda versión totalitaria: promover el debate para mostrar lo abiertos que somos, pero siempre dentro de nuestros estrechos márgenes para que el mensaje de la propaganda se adopte por presuposición, lo que es mucho más eficiente que la aseveración. Así, para resaltar el hecho de que hay escepticismo sobre la depravación rusa, ostentamos al mismo tiempo la libre y abierta sociedad que somos, y de esta manera establecemos con mayor profundidad la ridícula afirmación que el sistema propagandístico trata de instaurar.

Existe, de seguro, otra posibilidad: tal vez segmentos de las clases intelectuales están tan inmersas en el sistema de propaganda que en verdad no son capaces de percibir el nivel de absurdo que hay en lo que dicen.

De cualquier forma es un crudo recordatorio del colapso de la arena del discurso racional, justo donde esperábamos que ésta pudiera ser defendida.

Desgraciadamente, es demasiado fácil continuar.

En resumen. Las tres razones por las que el reloj está a 100 segundos para la medianoche se reforzaron brutalmente el año pasado. No es una conclusión reconfortante, pero es ineludible.

–Los científicos nos advierten que el calentamiento global es en este momento una amenaza tan grande a nuestra existencia que la civilización se dirige a una catástrofe mayor. ¿Son útiles las visiones apocalípticas sobre la temperatura del planeta? ¿Qué será necesario para lograr una acción climática exitosa, tomando en consideración que la nación más poderosa de la historia es “un Estado insolente que lleva al mundo al colapso ecológico”, como lo dijo acertadamente George Monbiot en un artículo de opinión publicado en The Guardian?

–El programa de la Universidad de Yale sobre el clima y la comunicación ha llevado a cabo estudios sobre cuál es la mejor forma de hacer que la gente comprenda la realidad de la crisis que enfrenta la humanidad. Existen otras, desde diversas perspectivas.

Es una labor de particular importancia, sobre todo en “el Estado insolente que lleva al mundo al colapso ecológico”. También es una labor difícil, debido al negacionismo que existe no sólo en algunos círculos, sino que ha sido casi la política oficial del Partido Republicano desde que esta organización extremista sucumbió a la ofensiva del conglomerado energético Koch, lanzada cuando el partido se aproximaba a un viso de cordura durante la campaña por McCain en 2008. Cuando los leales del partido escuchan a sus líderes, y a su cámara de eco mediática, les aseguran que “no se preocupen”, no es fácil convencerlos de lo contrario. Aunque el Partido Republicano es el extremo, no es el único que maneja este mensaje.

Parece ser del consenso general que los pronunciamientos apocalípticos no son útiles. La gente, normalmente, o los deja de escuchar o se rinde: “Es demasiado para mí”. Lo que parece tener más éxito es enfocarse en la experiencia directa y en pasos que pueden tomarse, incluso si son pequeños. Es un camino muy difícil de seguir para quienes tienen consciencia de la enormidad de la crisis. Pero los esfuerzos para llegar a la gente pueden ser hechos a la medida para tomar en cuenta su entendimiento y a sus preocupaciones; de otra manera podemos caer en un precipicio de pontificación egoísta.

–En otra entrevista discutimos los objetivos y los efectos del capitalismo neoliberal. Ahora, el neoliberalismo es a menudo vinculado con la globalización, pero es bastante obvio que el último es un proceso multidimensional que existe desde mucho antes del ascenso del neoliberalismo. Por supuesto, actualmente la forma dominante de globalización es la neoliberal, aunque esto no quiere decir que la globalización deba estructurarse en torno a políticas y valores neoliberales o que se deba pensar que “no hay alternativa”. Desde luego, existen continuas luchas por todo el mundo por el control democrático sobre los estados, mercados y corporaciones. Mi pregunta es, ¿se trata de una utopía pensar que el statu quo puede ser desafiado y que otro mundo es posible?

–La globalización simplemente significa integración internacional. Puede tomar muchas formas. La globalización neoliberal, ejecutada sobre todo durante los años de Clinton, se diseñó de acuerdo con los intereses del capital privado, con una gran variedad de acuerdos altamente proteccionistas diseñados para defender a los inversionistas, que fueron disfrazados de “libre comercio”.

Eso no fue de ninguna manera inevitable. Tanto el movimiento laborista y la Oficina de Investigación del Congreso (la Oficina de Evaluación Tecnológica, OTA) propusieron alternativas encaminadas hacia los intereses de los trabajadores. Éstas fueron ignoradas sumariamente y la OTA se disolvió, según algunas fuentes, debido a que el Partido Republicano de Newt Gingrich la consideró sesgada en su contra, pero también los nuevos demócratas clintonianos pudieron haber compartido ese sentimiento sobre los hechos y sus razones. El capital floreció, incluido el sistema financiero más depredador. El movimiento trabajador se vio seriamente debilitado y las consecuencias resuenan hasta el presente.

La globalización puede tomar cualquier forma, al igual que ocurre generalmente con los acuerdos económicos. Existe una larga historia de esfuerzos por separar el dominio político del económico, y este último se concibe como puramente objetivo, como la astronomía, guiado por especialistas en profesiones relacionadas con la economía e inmune a la voluntad de los ciudadanos de a pie, particularmente los trabajadores.

Un nuevo estudio de Clara Mattei argumenta de manera muy persuasiva que esta dicotomía, que normalmente toma la forma de programas de austeridad, ha sido el principal instrumento de la guerra de clases durante un siglo y ha pavimentado el camino hacia el fascismo, lo cual fue muy bienvenido por líderes de opinión de la élite occidental y causó entusiasmo entre los “libertarios”.

Sin embargo, no hay razón para aceptar esta mitología. El dominio político en el sentido más amplio incluye el activismo laboral, entre otros movimientos populares, y puede dar forma al sistema económico para que beneficie a la gente en vez de a las ganancias y al poder privados. El ascenso de la democracia social ilustra eso muy bien, pero tampoco hay que aceptar la tácita hipótesis de que la autocracia capitalista es una ley de la naturaleza. Como dice Mattei: “O las organizaciones populares se mueven más allá de las relaciones capitalistas (hacia la democracia económica) o la clase dominante reimpondrá su mandato”.

El statu quo puede ser desafiado. Sin duda, un mundo mejor está a nuestro alcance. Hay muchas razones para hacer honor al lema del Foro Social Mundial: “Otro mundo es posible”, uno mucho mejor, y dedicar nuestros esfuerzos para volverlo realidad.

Fuente: La Jornada, tomado originalmente de originalmente en Truthout.

Traducción: Gabriela Fonseca

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