Empezar el año en Nueva York está repleto de rituales en lugares icónicos. Fuegos artificiales sobre el puente de Brooklyn, cuenta regresiva en Times Square, un alzar de copas navegando en una barcaza alrededor de la Estatua de la Libertad, o dándose un baño helado –el famoso Polar Plunge, qué osadía–, en las costas de Coney Island. Pero también el año nuevo, y toda esta época festiva, sabemos que trae junto con la algarabía y los brindis sentimientos de melancolía por los que no están, frustración de aquello que no fue, y cierta incomodidad por la excepcionalidad que se impone a la tranquilizadora vida cotidiana. Gracias a los profesionales sabemos que sensaciones contrapuestas pueden coexistir, incluso simultáneamente, en el alma humana.
A la hora de las contradicciones, una ciudad hecha para la postal como Nueva York puede tener entre sus mejores imágenes algunas en las que no aparecen siquiera estos lugares o escenas tan comunes, al menos en primer plano, y seguir siendo grandiosas. En conjunto, son más de 200 imágenes las que reúne Edward Hopper’s New York, la exposición que el Museo Whitney organizó alrededor de la relación del artista con la ciudad, que resultó una historia de amor un poco tortuosa, y que es un éxito de la temporada artística.
Nacido en 1882 en el valle del río Hudson, al norte del estado de Nueva York, Hopper se mudó a Manhattan en 1908 y pasó la mayor parte de su vida allí, hasta su muerte en 1967. En esta exposición, la primera que se centra exclusivamente en su relación con esta ciudad, se combinan obras de arte y materiales de archivo a través de los que se cuenta su vida y obra: las visitas desde su ciudad natal durante la primera juventud y más tarde en su etapa de estudiante de arte, hasta los días en que viajaba como ilustrador comercial y, finalmente, como artista plástico, cuando ya exploraba con destreza a través de las luces y sombras la alienación y la soledad humanas en una metrópolis en vertiginoso desarrollo.
En las pinturas, dibujos y bocetos de Hopper se puede ver su trazo personal, con el que capturó aspectos únicos de su ciudad, muchas veces inadvertidos, y al mismo tiempo encontró formas de universalizarla. Pero sobre todo evitó las postales. Como pintor, pasó por alto la famosa línea del horizonte o skyline dibujada por el borde de edificios que corta el cielo y el célebre Puente de Brooklyn. En cambio, centró su mirada en las interminables extensiones de acero y hormigón en una escala humana. Se mostró escéptico a los sitios populares, mientras se dejaba llevar por su fascinación personal por las ventanas y mostraba su odio por los rascacielos y toda la ciudad gentrificada que crecía en vertical.
Tal es el caso de “Early Sunday Morning” (1930), que fue pintada el mismo año en que el edificio Chrysler se convirtió en el más alto del mundo por unos meses, cuando perdió el récord ante el Empire State. Se percibe una cierta irreverencia –según analizaron los curadores– y una tensión constante entre la añoranza del pasado y un abrazo a la ciudad moderna. Sensaciones encontradas, una vez más.
Aunque el Whitney es considerada la casa de Edward Hopper –allí realizó a los 37 años su primera exposición, cuando aún era Whitney Studio Club, participó de 29 bienales del museo que hoy atesora 3100 de sus obras, lo que equivale al 10 por ciento de su patrimonio–, esta es su primera muestra en una década. Para la anterior en 2013, dedicada a sus dibujos, el museo todavía estaba en su antigua sede en el edificio diseñado por Marcel Breuer en el Upper East Side.
“Las ciudades son realmente palimpsestos, así que la Nueva York de Edward Hopper definitivamente todavía está aquí. Puede que tengas que buscarlo, pero me gusta esa sensación de descubrimiento”, dijo Kim Conaty, curadora de dibujos y grabados del Museo Whitney, durante una recorrida de prensa, según reportaron los medios locales y especializados.
Aunque dividido en ejes temáticos, el recorrido del museo fue creado precisamente para deambular, sin un sentido estricto de circulación, en la búsqueda por emular esa experiencia exploratoria de perderse por la ciudad.
Como parte del proyecto de la exposición, en la web del museo, accesible a través de los teléfonos, se accede a la geolocalización en Google Maps de los lugares exactos en que están ubicados los paisajes urbanos de Hopper. Muchos de ellos a pocos metros del Whitney. Allí están los puentes más “ignotos” como el de Manhattan, el de Queensborough (Hopper vivió cerca de la calle 59 cuando recién se mudó a la ciudad), el de Williamsburg y el de la presa de Macombs, cuyos pilares de estilo neogótico llamaron la atención del artista.
El histórico Washington Square Park, que tiene su propia sección temática, juega un papel protagónico en la exposición. Hopper y su esposa Josephine, también artista y modelo de personajes femeninos, vivían y trabajaban allí en sus respectivos estudios en el No. 3 Washington Square North. En la muestra hay representaciones del barrio, como la Iglesia Judson Memorial. El amor de la pareja por el teatro se expresa en una colección de talones de tickets de las funciones que coleccionaron y en “The Sheridan Theatre” (1937), una pintura que pertenece al Museo de Arte de Newark. Además del acervo del museo, piezas de varias colecciones se reunieron en este festival cosmopolita que tiene como número central la posibilidad de obtener de la ciudad placer.
Y aunque en la exposición no se incluyen algunas de las más famosas pinturas del artista, los turistas que se acercan al museo que está en la base del High Line tienen la oportunidad de llevarse de Nueva York, una ciudad que invita a volver y a repetir rituales, una mirada renovada.
“A pesar de su personalidad reservada, solitaria y ermitaña, Edward Hopper era un hombre de la ciudad”, dijo a la prensa el director del museo, Adam Weinberg. “Mientras capturaba el alma de Nueva York y la falta de alma de la vida moderna, simultáneamente la evitaba y buscaba encontrar esos momentos de belleza y quietud, a pesar de los cambios que odiaba. Pintó el mundo que vio, el mundo que conoció, el mundo que inventó y el mundo que deseaba”. Con esa determinación podemos empezar, también, a recorrer 2023.
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