Más allá de las mediáticas fiestas de fin de año y de las anécdotas que las rodean, el movimiento ‘free party’ tiene unos valores y una historia que se iniciaron a finales de los ochenta
Un grupo de colegas monta un potente equipo de sonido en algún lugar alejado de la civilización. Un bosque, un descampado, un puente, un almacén, un túnel, un monasterio abandonado. No quieren molestar a nadie ni que nadie los moleste. El boca a boca atraerá a decenas, cientos o miles de fiesteros, sin promoción, sin licencias, sin pagar entrada, sin límite horario, sin freno. Habrá música electrónica, drogas variadas y abundantes, bailes kilométricos. Es una free party (free en el doble sentido de libre y gratis). Es una rave. Rave significa delirio.
Es ya tradicional que a comienzos de año una fiesta ilegal que no acaba de terminar capte la atención de los medios, generando una mezcla de curiosidad, hilaridad e indignación. Este año ha sido la celebrada en el pueblo de La Peza, Granada. Allí, además de la reunión inesperada de 4.000 bailongos durante cinco días, alrededor de una caravana de 200 furgonetas y pequeños camiones, la noticia (y el cachondeo en redes) ha sido la buena acogida por parte de los vecinos, que se acercaron a conocer a los raveros, quedaron encantados y están deseando que regresen el año que viene. “Aquí hay respeto, da igual los recursos que tengas, puedes venir porque es libre y gratuito. Tengo derecho a ir a la rave, divertirme y no tener que pagar 50 euros a una sala donde me miren mal”, opina Paquita la Ravera, una treintañera de Torre del Mar, Málaga, que asistió a la fiesta.re un primo de una de las fund
“El rave es más que música más droga; es un estilo de vida y unas creencias, un comportamiento de tipo ritual. Para el que participa es como una religión; desde el punto de vista del observador común, parece más bien un culto siniestro”, escribe el ensayista británico Simon Reynolds en su libro Energy flash. Un viaje a través de la música rave y la cultura de baile (Contra). Porque más allá de las comprensibles anécdotas y sensacionalismos que se generan alrededor de estos eventos, la cultura rave tiene una historia y unos valores que, dado su carácter underground, son poco conocidos fuera del círculo.
Valores ‘raveros’
“Es un movimiento que une a un público de todas las edades que aprecia vivir y sentir. Rave nos permite ser la persona que realmente somos, sin juicio, hay un espíritu solidario y unido. Ser parte de este movimiento es ser parte de una familia”, dice Anais MFS, una ravera francesa de 25 años que frecuenta estas fiestas una o dos veces al mes. Los valores del movimiento suelen resumirse en el lema PLUR (Paz, Amor, Unión y Respeto, por sus siglas en inglés). “Todo esto se nota, por ejemplo, en el papel de la mujer”, apunta el psicólogo de la Universidad de Huelva Fermín Fernández Calderón, autor de Contextualización de las fiestas rave underground: Análisis del consumo de drogas, efectos y riesgos (Universidad de Almería). “Son ambientes donde, por lo general, la mujer es respetada y no cosificada. Los medios suelen asociar el consumo de drogas con el mal comportamiento, pero en las raves las actitudes violentas son anecdóticas”.
Ambiente nocturno en la ‘rave’ de Salce.JOSE A. PASCUAL
Nadie disimula que el consumo (y el policonsumo) de drogas es central en la experiencia de las free parties, que la mayoría de los participantes ven absurdas en estado de sobriedad. Algunas de las drogas más utilizadas son el éxtasis (la sustancia central en las culturas del baile, que propicia la danza, la fusión con la música y la empatía con el que baila al lado) y el cannabis. En menor medida las anfetaminas, el tabaco o el LSD. El alcohol y la cocaína son utilizados, pero menos que en otros ambientes festivos, como bares, festivales o discotecas. Según Fernández Calderón, en las raves, a pesar del consumo elevado, suele haber conocimiento sobre el uso de las drogas: se toman dosis test para evitar daños, se conocen estrategias de prevención de riesgos y se sabe cómo ayudar a alguien perjudicado. “La excesiva ebriedad, por ejemplo, de alcohol, puede ser hasta mal vista”, señala el psicólogo. Todo esto no es óbice para que a veces sucedan tragedias: fue sonado el caso de dos chavales de 18 años que murieron en 2011 al consumir estramonio en una conocida rave madrileña. En verano, una mujer suiza de 32 años falleció en una rave en Salce, Zamora, que reunió a 3.000 personas, aunque se determinó que la causa fue una patología cardiaca que padecía.
Teknival de Año Nuevo en Almería 2022
Genealogía de las ‘free parties’
La historia de las free parties es borrosa, como la de todo movimiento underground, pero es conocido que comenzó en el Reino Unido de finales de los ochenta, hay quien dice que inspirada por las fiestas ibicencas, hay quien dice que iniciadas por hippies procedentes de Estados Unidos, etc. Hay quien, intelectualizando el asunto, ha relacionado el rave con las ideas de los situacionistas, o con las Zonas Temporalmente Autónomas teorizadas por el anarquista Hakim Bey. O, por supuesto, con los rituales chamánicos ancestrales.
Fotografía tomada en la célebre ‘rave’ de Castlemorton, celebrada en Reino Unido en 1992, que provocó que dos años después el Gobierno británico prohibiera explícitamente estas fiestas.PA IMAGES (PA IMAGES VIA GETTY IMAGES)
En torno a 1988 y 1989 sucede en Reino Unido el llamado segundo verano del amor (el primero fue en 1967, durante la eclosión hippy), al calor hedonista del movimiento rave. “Se relaciona con la llegada de la música house y techno desde Estados Unidos, que era muy underground, muy minoritaria”, dice el periodista Javier Blánquez, coordinador y autor de la monumental Loops. Una historia de la música electrónica (Reservoir Books), “se vivió un gran auge en Londres, con la aparición de fiestas acid house, y en pocos meses provocó una revolución, alimentada por remesas de un éxtasis purísimo que estaban apareciendo”. Las free parties no eran caras ni elitistas, entraba todo el mundo, pinchaban DJ emergentes, la autoría de la música no importaba y tenían horarios libres. Todo eran ventajas, el movimiento era decididamente anticomercial, aunque algunas raves, dado el potencial negocio, se acabaron legalizando o uniéndose a festivales de verano. Hoy es común encontrar la palabra rave asociada a fiestas y festivales comerciales; desde los sectores más auténticos se denuncia la comercialización del término y la perversión del espíritu original.
Fue Spiral Tribe, tal vez el colectivo más legendario, el que montó una fiesta que cambió el curso de esta historia: la rave de Castlemorton, en Inglaterra, que duró una semana de 1992 y a la que se calcula que acudieron, como mínimo, más de 20.000 personas. Esto puso en guardia al Gobierno británico, que arrestó a 13 miembros de Spiral Tribe y señaló que la fiesta había aterrorizado a los vecinos, algunos de los cuales habían tenido que recibir tratamiento psiquiátrico. Dos años después, en 1994, las raves se prohibieron explícitamente en la Ley de Justicia Penal y Orden Público. Es recordada con humor dentro del colectivo la definición de la música rave que se da en aquel texto: “La música que incluye sonidos caracterizados total o predominantemente por la emisión de constantes ritmos repetitivos”.
Recientemente, el Gobierno de Giorgia Meloni, en Italia, ha tomado medidas contra estas fiestas, considerando delito “la invasión de terrenos o edificios para reuniones de más de 50 personas”. La oposición ha denunciado que esta ley también podría usarse para reprimir manifestaciones y protestas. La medida fue aprobada de urgencia después de que en octubre miles de jóvenes se reunieran para bailar en un depósito agrícola de Módena, en un evento (la fiesta Witchtek, por Halloween) que fue desmantelado por la policía. “Se acabó la diversión”, tuiteó el ministro ultraderechista Matteo Salvini. “Se está reprimiendo un movimiento cultural y de libertad. No entiendo por qué se rechaza la legalización de un movimiento pacifista que solo libera alegría, música y arte”, dice la ravera francesa Anais MFS.
A partir de las leyes represivas británicas, el virus de las free parties se contagió al continente europeo. Se crearon caravanas de tribus viajeras (travelers), que incluso incluían familias con hijos, y que llevaban una vida nómada en camiones y autobuses, con una estética crustie parecida a la película apocalíptica Mad Max. Durante los años noventa fueron celebrando fiestas tekno (escrito ahora con k, un estilo de electrónica endurecida típico de esta subcultura) allí por donde iban, como un circo ambulante, electrónico y psiconaútico. Algunas de estas tribus fueron Spiral Tribe, Kamikaze, Hecate o Desert Storm: cada una tenía sus vehículos, su nombre, su logotipo y un potente equipo de sonido. Los colectivos también son conocidos como soundsystems, y en ciertas corrientes raveras suelen desplegar vistosas escenografías. Cuando se reúnen muchos soundsystems, aquello se denomina teknival.
Cómo hacer una ‘rave’
En España, en la primera década de este siglo, la escena se asentó con fuerza. Algunos lugares habituales en la Comunidad de Madrid son el monasterio abandonado de Perales del Río, el túnel de Boadilla, el Matadero de Rivas, el bosque de Cuatro Vientos, etc. Las raves proliferaron por todo el territorio, también en Cataluña o el oriente de Andalucía, como Almería o Granada, donde se ha celebrado la rave de La Peza o se celebraba el muy concurrido Festival del Dragón, en Santa Fe. “Hay sitios que son de referencia”, dice el DJ Carlos Garvi, que fue asiduo a la escena, “la gente solía ir ahí a hacer las raves. Si de pronto dos colectivos coincidían, pues no se rivalizaba, simplemente se compartía”. Las raves no responden a un modelo único, como puede responder un concierto de rock, donde todo sucede como se espera, sino que son extremadamente variables en su contenido, en su público, en su música, en su duración. La espontaneidad es parte de su espíritu ácrata.
Fiesta del Dragón 2015. Granada.
“Esas fiestas significaron para muchos la primera oportunidad de pinchar”, dice el DJ José Cabrera (hoy profesionalizado con el nombre artístico de J.C.), que formó parte del colectivo Rave del Túnel (RDT), uno de los más conocidos de la primera década del siglo junto a otros como Suburban Sound, RDLC o Zapatilla SoundSystem. A las raves del túnel de Boadilla podían asistir desde unos pocos cientos hasta 3.000 personas. Todas estas fiestas se organizaban sin ningún ánimo de lucro, aunque muchas tuvieron que hacer frente a grandes multas que incluso significaron la estocada final para algunos colectivos.
“No queríamos molestar a nadie, solo divertirnos: la policía solía pasar a controlar, pero cuando todavía no había tanto alarmismo mediático veían solo a un grupo de chavales pasándolo bien y nos dejaban estar”, dice Cabrera. En cuanto a la música, cada evento tiene su estilo, del techno, electro y el house a las vertientes más duras (hardtekno), espirituales (psychedelic trance) o de ritmos rotos (drum & bass o breakcore). El ambiente ravero también puede interaccionar con la creación artística y fomentar la experimentación: “La música que toma forma por y para las drogas puede ir más allá porque no está hecha con el objetivo de ser un arte duradero o de distinguirse como algo novedoso”, escribe Simon Reynolds. “El funcionalismo de la pista de baile y el hedonismo toxicómano, propios del rave hardcore, ofrecen un resultado más desenfrenadamente retorcido que el de los experimentos de gente más reflexiva”.
La música también determina en gran medida la sociología, pues en algunas raves se ve a un público asiduo a los clubes de música electrónica de las ciudades, pero en otras proliferan las gentes asociadas al punk o a estilos más hippies o crusties. La forma de atraer al público festivo suele ser el boca a boca, ni siquiera es demasiado común la difusión en redes sociales, donde se puede perder el aire de clandestinidad y ser detectados por las autoridades. “En los 2000 lo hacíamos con mensajes de SMS, que iba mandando cada uno a su entorno, sin ningún tipo de flyer o promoción”, explica Cabrera. “Así se iba difundiendo la noticia y reuniendo la gente”.
El País