En Joe, personaje del film Ninfomanía, de Lars von Trier, interpretado por Charlotte Gainsbourg, la compulsión por el sexo no implica necesariamente placer. Si bien se enamora, el sexo es para ella una práctica que puede escindirse de ese lazo afectivo pero no de cierta interioridad. Ninfomanía es una película donde lo pornográfico se liga a una reflexión existencial (a “un replanteo del ser dentro de su conciencia“, como diría Georges Bataille) que se condensa en la palabra.
Quienes intenten ver esta película en la plataforma Netflix se encontrarán con una placa que advierte sobre la censura realizada con consentimiento del director danés, pero sin su participación.
Esta obra de arte recupera el ejercicio de instalar el discurso pornográfico en una zona donde la inquietud que suscita está ligada a la excepcionalidad de la protagonista. De este modo agrega un nuevo capítulo a la historia de la pornografía que siempre fue, como lo señala la jurista española Ana Valero Heredia, otra variante de la historia de la censura.
En su libro La libertad de la pornografía (Serie Gong), la abogada y autora ibérica se extiende en todas esas instancias y recorridos donde la pornografía fue capturada por el dispositivo legal.
El análisis de las condiciones que presenta el mundo digital, junto a las curiosidades de los debates morales de la actualidad, hace que los sentidos se inviertan. Ante la falta de controles, el porno mainstream pierde todas sus posibilidades creativas, toda sustancia política y deviene en una exhibición violenta.
Al mismo tiempo, la censura se desplaza al territorio de las plataformas de streaming, de los algoritmos ciegos y también se convierte en un recurso para defenderse de las ofensas. De todas estas desproporciones y contradicciones habla Valero Heredia en esta entrevista con Ñ, que concede por teléfono desde España.
–Al momento de prohibir o restringir la pornografía, la pregunta sobre el posible consumidor parece se un factor determinante.
–Cuando la expresión pornográfica se hace accesible al gran público en los siglos posteriores a la imprenta, especialmente en la era victoriana, ya no son las elites las únicas que pueden acceder a ella y es allí cuando se decide que lo expresamente sexual puede corromper. A partir del siglo XIX, surgen conceptos como el de obscenidad en Estados Unidos y el de moralidad pública para actuar como límites a la libertad de creación y expresión pornográfica. Lo explícitamente sexual no deja de ejercer, a lo largo de la historia, una labor de cuestionamiento del orden establecido. Yo siempre menciono la escena en la película Detrás de la puerta verde (1972) en la que la rubia Marilyn Chambers tiene relaciones sexuales con un negro cuando hacía muy poco que la corte norteamericana había dicho que el matrimonio interracial era legal. Cito también una exposición de las fotografías de Robert Mapplethorpe que fue censurada en EE.UU. en 1989. Detrás de estas imágenes se estaban reivindicando los derechos del colectivo homosexual. El discurso sexual sigue siendo polémico: hoy el movimiento feminista está escindido en torno a los debates sobre la pornografía y la prostitución.
–También vemos un uso de la censura que no tiene como ejecutor al Estado. El caso de Netflix con Ninfomanía o lo que ocurre en las redes sociales, donde el algoritmo despersonaliza ese acto de censura y resulta más difícil de discutir o contrarrestar.
–Yo lo llamo censura líquida. Como soy jurista, me gusta más usar el término de cancelación que de censura cuando esta se ejerce por entes privados, sean plataformas de streaming o redes sociales porque la censura, jurídicamente hablando, es aquella que ejerce el poder público. Estamos en un momento donde la cultura de la cancelación impera desde concepciones moralistas, incluso de la propia izquierda. El inexistente derecho a no sentirse ofendido lleva a vulnerar uno de los derechos primordiales de todo estado democrático que es la libertad de expresión.
–Pero Netflix usa la palabra censura, no busca un atenuante.
–Si, es verdad. Las empresas digitales, aunque tengan una personería jurídica privada, no están ejerciendo labores estrictamente de libertad de empresa, que es en lo que se amparan, para aplicar este tipo de normativas internas, sino que se están convirtiendo en canales protagónicos de comunicación y, por lo tanto, me atrevería a decir que tienen una naturaleza hibrida. Donald Trump comunicaba las labores propias de un presidente, no a partir de ruedas de prensa en la Casa Banca sino a partir de su cuenta de Twitter.
En relación al porno mainstream, las condiciones de producción, donde se dan situaciones de violencia, especialmente hacia las mujeres, ¿no limita el espacio de la representación?
–Lo que define la pornografía es la sexualidad explícita. El sexo que estamos viendo sucede realmente, lo que no quita que lo que estamos viendo forme parte de un relato ficticio. No creo que, bajo la categoría totalmente problemática de violación, que existe en los videos múltiples de las plataformas online, se estén produciendo violaciones reales sino que, lo que vemos es la representación ficticia de una violación donde el sexo es real. Sin embargo, quiero señalar que hoy es el momento donde consumimos más pornografía de la historia y es el momento en que menos productoras de cine pornográfico hay. ¿Esto qué significa? Que no hay control sobre lo que sucede en la filmación de estas escenas. No hay actores o actrices cuya integridad física y derechos laborales puedan estar protegidos porque sabemos que estos videos o los puede hacer cualquier persona en su casa, o son rodados en condiciones de esclavitud, principalmente en países como Colombia y Rumania, pero no me identifico con el mensaje de las abolicionistas que dicen que la violación es la teoría y la pornografía es la práctica. Es decir, que todo hombre, por consumir esta pornografía, va a salir a la calle y va a violar a una mujer. En el estudio que realizo, llego a la conclusión de que no está demostrado que exista ese nexo causal completo y concluyente. Cosa distinta es el estudio que hago con respecto a los adolescentes.
–¿Encontrás una relación en los adolescentes entre los modos de consumir pornografía y ciertas costumbres que se naturalizaron con el uso de las redes sociales como subir stories permanentemente?
–Si, sin duda. Lo pornográfico no está solo en los videos expresamente pornográficos sino que hay una sexualización de la sociedad, unida a este exhibicionismo exacerbado que impera en las redes sociales. El consumo alto de esa pornografía por parte de los grandes consumidores de Internet, que son los más jóvenes, se realiza cuando tienen entre 9 y 12 años. Es decir, cuando no tuvieron ni siquiera su primera relación sexual y ven videos donde la agresión hacia la mujer es omnipresente. En España, no existe una educación afectivo sexual en el ámbito de la curricula educativa oficial con carácter obligatorio e impartida por personas expertas. Es algo que no forma parte del interés público como un instrumento del desarrollo libre de la personalidad. Las relaciones cada vez más controladoras de chicos con respecto a chicas, el sexting (el exhibicionismo online), el incremento de las agresiones sexuales de menores con respecto a menores que, en el caso de España, se ha multiplicado por cuatro en los últimos años, está marcada por la influencia de este tipo de porno. La pornografía a la que se accede por Internet está en una absoluta desregularización a nivel de los Estados. Por eso, creo que es muy importante contrarrestar estos mensajes. No creo que la solución sea la prohibición. La pornografía es el discurso más importante sobre el sexo y no podemos dejar que esté únicamente bajo de la creación de los hombres. Las mujeres tenemos que implicarnos.
BÁSICO
Ana Valero Heredia
Valencia, 1975. Constitucionalista.
Es doctora en Derecho Constitucional desde 2007. Profesora Titular de Derecho Constitucional de la Universidad de Castilla-La Mancha, ha publicado monografías sobre la libertad de conciencia del menor de edad, la laicidad del Estado y la cultura de la cancelación, así como numerosos artículos en revistas especializadas. Como docente ha realizado estancias de investigación y docencia en el Trinity College de Dublín, la Sorbona de París, la Sapienza de Roma o la Northwestern University de Chicago, entre otros. Es colaboradora en varios medios de comunicación y asesora a distintos colectivos sociales y organismos públicos.
La libertad de la pornografía
Ana Valero Heredia
Prólogo de Erika Lust
Gong Editorial
208 págs.
Fuente: Revista Ñ