Fueron segundos que parecieron horas. Era la una de la tarde del último día de enero y el periodista Roberto Toledo había salido un momento a la tienda de la esquina a comprar un refresco y unos ‘Choco Roles’ [un pastelillo]. Era algo que el hombre de 54 años hacía muchos días para matar el antojo de media mañana, el negocio solo estaba a cinco metros de su oficina. Toledo trabajaba en un despacho de abogados en la ciudad de Zitácuaro, Michoacán, donde también se encuentra la sede del medio Monitor Michoacán, un portal de noticias locales

. Al volver de la tienda, se encontró de frente con dos hombres. Uno con una sudadera blanca y gris; el otro, de gorra negra. Un poco nerviosos, muy jóvenes. Preguntaban por “el licenciado”. Don Rober —como le llamaban sus amigos— habló con ellos. Lo que les respondió siempre será un misterio. Todavía con el refresco en la mano, Toledo no sabía que estaba a punto de ser asesinado. Los sicarios aprovecharon que el reportero abrió la puerta para dispararle por la espalda.

El video se encuentra en manos de la Fiscalía y ha sido verificado independientemente por este diario. En la grabación se ve cómo tres sicarios llegan en dos motocicletas a una calle aledaña a las oficinas. Dos de ellos, tapados con cubrebocas y la cabeza cubierta, bajan de la moto y se aproximan a la entrada en el instante en que Toledo regresa. Dentro del patio los sicarios desatan la balacera. El de la sudadera blanca saca el arma del bolsillo. El otro, segundos después, se echa la mano a la cintura y desenfunda. Después de abrir fuego, ambos se dan a la fuga pistola en mano. Don Rober murió acribillado ahí mismo de ocho balazos. Nada pudieron hacer por él los servicios médicos que le trasladaron al hospital. Semanas después, los agujeros de bala en la puerta recuerdan el día de la tragedia.

Toledo fue el cuarto periodista que cayó en el último mes bajo las balas del crimen en México, uno de los países más peligrosos para ejercer el periodismo del mundo. Monitor Michoacán había sido amenazado en varias ocasiones por su labor informativa. Los sicarios cumplieron la amenaza.

Tras el asesinato, uno de ellos regresa de nuevo para arrojar en el patio dos cartulinas con un mensaje escrito, supuestamente atribuido a un grupo del crimen organizado, de acuerdo con la reconstrucción de las autoridades. El mensaje que apareció junto al cadáver alude a un posible ajuste de cuentas con los abogados por trabajar para un grupo antagónico.

Joel Vera, el director del despacho y subdirector del medio, desmiente esta versión categóricamente. “Quieren crear una cortina de humo del móvil real y dicen que era porque yo llevaba casos de narcotráfico, pero no es verdad, no llevo casos pesados de esos”, aseguró en una entrevista con este diario hace dos semanas. Armando Linares, director del portal, señaló horas después del asesinato que las amenazas contra el medio comenzaron hace más de un año y se volvieron más violentas días antes de la muerte del reportero. El equipo de Monitor Michoacán no tiene ninguna duda de que el ataque tiene que ver con la labor periodística que realizan. El temor era tal que contactaron a la Fiscalía General de la República para alertar del riesgo en el que se encontraban. “Nosotros no estamos armados, nuestra única defensa es una pluma”, afirmó el director.

Roberto Toledo era un hombre polifacético. Lo mismo cubría una manifestación que se encargaba del papeleo del despacho. Siempre llevaba el celular en el bolsillo de la camisa, listo para tomar fotos o grabar en video. Como sucede en el caso de tantos reporteros en el país, Don Rober tenía más de un trabajo para llegar a fin de mes. En total cobraba unos 5.000 pesos (unos 300 dólares).

La Fiscalía de Michoacán ha abierto una investigación para esclarecer el crimen siguiendo el protocolo de delitos en agravio de periodistas y se han incautado las motocicletas en las que supuestamente viajaban los asesinos. Por el momento, sigue sin haber detenidos. Artículo 19, una organización mexicana defensora de la libertad de expresión, señala que Toledo era “un trabajador que ejercía labores editoriales en Monitor Michoacán” y que las autoridades deben investigar su muerte como un ataque contra la libertad de expresión.

Dos semanas después del ataque en Michoacán, la lista de periodistas asesinados sigue creciendo imparable. Heber López, locutor de Oaxaca, fue baleado en su estudio de grabación, en Salina Cruz. Enero acabó como el mes más violento contra la prensa en México de la última década. Las muertes de Margarito Martínez, Lourdes Maldonado y José Luis Gamboa, asesinados en Tijuana y Veracruz, terminaron de prender la llama de un gremio harto de cubrir la muerte de sus compañeros.

Mientras tanto, el Gobierno mexicano sigue en la mira por su tensa relación con la prensa y la ausencia de una estrategia específica para acabar con el asesinato de periodistas. Por primera vez, un grupo de reporteros se ha negado a hacer preguntas en la conferencia matutina del presidente López Obrador, en repulsa de la violencia contra los comunicadores. El martes hubo protestas en el Senado y la Cámara de Diputados. Periodistas, fotógrafos y camarógrafos se manifestaron contra los ataques a la prensa. “¡Nos queremos vivos! ¡Libertad de prensa!”, gritaron en el recinto legislativo.

El Comité para la Protección de los Periodistas (CPJ, por sus siglas en inglés) ha contabilizado desde 1992 y hasta 2021 el asesinato de 138 informadores en México. Artículo 19 computa cifras todavía más altas: 145 periodistas han sido asesinados en México desde 2000.

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