A nadie se le escapa que a Messi le gusta jugar los noventa minutos de cada partido y, a ser posible, en todos los partidos. Pareciera que cada cambio, aunque sea por precaución, supone una ofensa para él, una duda sobre su capacidad, una puesta en cuestión. Mucho más si, como este domingo, la razón es táctica: Messi no tenía problemas físicos, el partido no estaba sentenciado… simplemente, Mauricio Pochettino prefirió jugarse el partido en casa ante el Lyon con Achraf Hakimi que con el argentino. Extraña elección, pero a la que parece que habrá que ir acostumbrándose.
Durante años, se ha vendido una narrativa Messi vs Cristiano Ronaldo, que pintaba al argentino como humilde, buen compañero y respetuoso mientras el portugués era arrogante, vanidoso y egoísta. Como todas las narrativas, admite matices. Basta con ver cómo acabaron de Messi los distintos entrenadores que fueron pasando por el Barcelona: Guardiola, Martino, Luis Enrique, Setién… e incluso Valverde, que era su ojito derecho y aun así tuvo sus más y sus menos. Nadie que haya intentado imponer un mínimo de orden en el Barcelona ha podido con Messi. Nadie que haya intentado gestionar sus partidos o sus minutos ha acabado bien con la estrella argentina.
En el Barcelona, la cuestión estaba clara: o aceptabas lo que te decía o tenías un problema aún mayor. No ya por el poder de Messi respecto a tal o cual directiva –Bartomeu lo odiaba, él odiaba a Bartomeu– sino porque la importancia del jugador era tan grande que un Messi descontento, un Messi fallón, un Messi desganado, condenaba al Barça a un juego ramplón e insuficiente para competir al más alto nivel. Messi es especial, punto, y quiere las cosas como las quiere. La duda es si las va a conseguir en el París Saint Germain.
Aparte del daño que esto pueda hacer a su imagen pública, una imagen que ha cuidado con mimo, habrá que ver hasta dónde puede llevar el pulso. De momento, Pochettino se lo ha dejado claro: si no estás en forma, si no aportas… prefiero quedarme con Neymar y Mbappé arriba, incluso con Icardi, e ir sobre seguro. Messi viene de jugar tres partidos con su selección, volar de vuelta a Europa, jugar noventa minutos en Brujas y ahora otra vez liga. Con 34 años, igual no es descabellado darle un descanso por desacertado que parezca el momento del partido.
Tendrá que acostumbrarse a que estas cosas pasen y tendrá que acostumbrarse a exigir sin red. Por supuesto, siempre puede mandar a su padre a hablar con el jeque y decirle que eche a Pochettino. De hecho, es el camino más rápido… pero el jeque quiere ganar. Y ha hecho un equipo descomunal que no depende de un solo jugador para evitar estas cosas. Sí, puedes cargarte a Pochetino, porque, en fin, tampoco es que Pochettino se esté luciendo con el PSG, pero vendrá otro. Y viendo la línea que sigue el jeque con sus entrenadores, será un hombre de prestigio que no va a andar cumpliendo órdenes de un recién llegado, por mucho que sea el mejor jugador de la historia.
Envejecer es terrible. Messi sigue siendo un jugador descomunal, pero ya no está tan claro que sea imprescindible. En un trío con Neymar y Mbappé, es complicado elegirle sin dudas como el más necesario, teniendo en cuenta, además, que es al que menos años de fútbol le quedan. Sus últimas temporadas con el Barcelona demostraron lo mucho que el club le debía deportivamente, pues todo giraba en torno a él. Tal vez, ahora, nos demos cuenta de todo lo que Messi le debía a su vez al Barcelona. A veces, tengo la sensación de que él, lo que querría, es fugarse a Argentina y jugar solo con la selección, partido tras partido hasta el triunfo en el Mundial de Qatar. El resto es una molestia constante, una inconveniencia. Aguantar a Pochettino, aguantar el frío parisino, manejarse en otra lengua, encontrar un espacio propio. Tremenda pereza.
No le quedará más remedio. Si la posición de Messi en el PSG va a ser la de «ordeno y mando», como en el Barcelona, lo mismo nadie le sigue. Puede que le salga bien todo esto, ya digo, pero por primera vez puede que le salga mal. No depende de él. Si el PSG gana, Pochettino seguirá. Si el PSG juega mejor sin Messi, Leo tendrá que acostumbrarse al banquillo. Es ley de vida. Más vale preocuparse en ofrecer una versión mejor en el campo que en echar a aficionados y prensa encima del entrenador. Entre otras cosas, porque ese boomerang, tarde o temprano, vuelve.
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